Es
un día normal
en
que el hombre abraza sus sábanas
como
intentando asimilarlas,
se
retuerce en la inmundicia
y
en las flores posadas en su cama,
imagina
el mundo a través de sus ojos
sintiendo
el tiempo y el silencio,
crea
la falsa felicidad
que
ya bien formada posee,
ideas
preconcebidas, universos mentales
que
se expanden entre sus dedos,
y
el bosque de cristal ilusorio
penetra
en lo concreto del alma.
En
ocasiones camina dormido,
tal
vez siempre lo hace,
se
muestra al mundo con un falso rostro
que
en momentos despiadados
se
refleja a través de un cristal,
una
figura fantasmagórica
en
el silencio petrificante,
la
imágen de si mismo
en
los ojos del prejuicioso observador,
el
cual siente miedo y abandono,
y
en un instante se cuestiona:
¿ Es
que la arquitectura de mi vida
son
horripilantes formas alucinatorias ?
responde
que sí, que la vida
le
ha dejado miles de espinas,
concluye
que no, las heridas sangran
desde
el propio objeto imaginario.
El
fluir de los días lo atemoriza,
el
reflejo en el espejo se va desgastando
y
todos sus recuerdos representan
las
prisiones en las que se halla su ser,
la
guarida perfecta y oculta
ante
el vaivén drástico de la vida,
prefiere
vivir encerrado
y
que las espinas no toquen su carne,
elije
cerrar sus oídos para no mirar
a
través de las palabras,
elije
contraer su alma
y
evitar que el silencio se expanda,
prefiere
consigo un rostro adecuado
en
vez de ser una estrella,
a
veces le conviene ocultarse
y
mirar a través del frío escenario,
juzgar
el espectáculo,
esperando
la inevitable muerte
que
trae consigo las flores y el orgasmo
de
una vida putrefacta.
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