Cuando miro los ojos tallados en el sol
de mediodía, recuerdo aquello que siempre me decías al
despertar, todo era confuso en nuestros cuerpos, hasta las arañas
en las paredes lo sabían, y nos espiaban mientras las lágrimas
palidecían, a veces exploto en tus manos cuando me tocas, tal vez no debieras nunca volver a hacerlo, al menos no con esas manos,
ni con esos ojos, ni con ninguna parte de tu cuerpo, de mi cuerpo,
nuestros cuerpos.
Las flores crecían en las
macetas, robustas y orgullosas de tanta luz acumulada, tanta vida, de
tanto llanto. No dejes de mirarme me decías, no dejes de
abrazarme hasta que el dolor me abandone por completo, no dejes de
asesinarme nunca, sobre todo mientras me cubres con palabras y
agonía.
Así pasaron muchas vidas, cada
día era toda una vida juntos, cada noche los sueños
se juntan para dar a luz nuestros rostros.
Confundido me encontraba entonces, es
cierto, ahora que nuestros caminos se dispersan me siento perdido y
exhausto, me liberaste a la fuerza, sin preguntarme si quería
ser libre, pues ahora que hago con mis manos, con mi cuerpo, con las
lágrimas hasta la sangre.
No es cierto que la vida acaba, ni
menos aún que la muerte es una especie de comienzo, lo único
cierto son las arañas, las que nos espiaban y conocen todos
nuestros secretos, ellas saben que un día nos dijimos : cuando
sea la hora, mis manos dejarán las tuyas para nunca volver a
encontrarse.
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