He
tratado de encontrarte
disuelta
en una bóveda mental,
en
algún rincón del inconciente
repleto
de la pestilencia del lugar.
¡Ah!
por qué mi esencia se oculta
tras
un velo frío y oscuro,
oculta
en una prisión húmeda
rodeada
de ruidos intestinales.
Busco
la forma de desprenderme
de
las imágenes terroríficas del mundo,
de
aquella despiada colectividad
de
la cual me hicieron parte.
En
cierta forma siempre he odiado las cadenas,
pero
admito que mintiéndome soy bueno,
las
mentiras me protegen de la angustia
de
comprender el misterio de la nada.
Es
que siempre asimilo las penurias
que
se albergan como lonjas ilusorias,
albergo
odio,
tristeza,
llanto
y alegría,
tan
reales como pueda yo crearlo.
¿Y
cómo lograr penetrar la ilusión?
si
las maquiavélicas formas son un dulce manjar,
si
el sufrimiento es un goce mental,
si
el placer se mezcla con el dolor,
si
el deseo es la realidad en la ficción.
A
veces tengo miedo
a
las miradas penetrantes,
que
justifican el caparazón de cristal
protector
de las externas melodías.
Intensa
búsqueda para perderme en un respiro
y
penetrar el vasto mundo interno,
incesantes
ataduras en manos y alma
no
dan tregua a este sufrimiento.
Es
curioso el método del miedo,
pues
en vez de generar repulsión
evoca
un misterio inexplorable.
Miedo
a poder tocar la sutileza oculta,
miedo
a esparcir la niebla tan borrosa,
miedo
a no tener nada que perder,
miedo
a la nada y
miedo
al todo,
miedo
a liberarse de las máscaras,
miedo
ante todo al miedo,
miedo
a quedarse sin recuerdos,
miedo
a una vida vacía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario