Todo
comenzó como suele terminar,
en
una bóveda de fluidos abominables
reposa
el feto en el vientre,
su
mirada inexpresiva y vacía
absorbe
imágenes psicodélicas,
imágenes
provenientes de una mujer,
madre
que infecta el profundo vacío,
mujer
que protege con un manto irreal
el
ahora limitado mundo del niño,
el
niño-hombre y el hombre-viejo,
el
viejo muerto en la penumbra,
y
luego, la vida misma.
El
hombre ahora es metálico
y
camina por las calles y el miedo,
miedo
a si mismo y también a otros como él,
el
ruido parece no escucharlo,
mientras,
camina por esferas mentales
entre
sangre y desprecio.
La
vida lo ha golpeado mucho,
y
a veces se oye un grito interno,
mezcla
de dolor y placer
con
una voz misteriosa,
un
lenguaje incomprensible
de
cicatrices en la carne.
El
hombre camina dormido
y
se posa en la oscuridad mental,
su
pecho se comprime
y
su universo se expande desde adentro,
siente
que la carne no es suficiente,
no
hay cadenas en sus manos,
mas
no se siente libre.
En
ocasiones habla con pasión,
siente
la brisa del llanto nocturno,
a
veces mira sus manos sin entender,
se
sumerge en la flor caída
y
se aleja del bosque silencioso.
El
hombre tiene ojos planetarios,
mirada
tétrica y fugaz,
la
nariz se mezcla en el horrible rostro,
y
sus máscaras son su escape perfecto,
su
postura, la de un cadáver viviente,
su
alma es la ceniza oscura,
y
su sangre es la verdad en la ilusión.
A
veces duerme entre sombras y espirales,
piensa
en aquella vez
que
despertó con sangre entre sus manos,
recuerda
la muerte y el silencio,
recuerda
la vida mecánica,
también
recuerda un espejo.
Todo
comenzó como suele terminar,
entre
palabras lúgubres y el silencio,
entre
la lluvia y el llanto,
entre
el placer y el dolor,
entre
la angustia y la dicha,
entre
el fango y la rosa,
entre
ilusión y realidad,
entre
sombras y lunas,
entre
muerte y la vida misma.
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