Los cuerpos se reflejaban en el sucio
cristal,
las miradas se perdían entre los
suspiros malditos
que estallan en los días de
lluvia y tinieblas,
como si una voz desde lo profundo te
invadiera
abres tus ojos como negras tumbas,
observas la habitación y sus
espejos,
observas las manos sudorosas de un
hombre
que nunca quiso volar lejos,
al menos no lo suficiente.
Las palabras que se tornan viejos
libros
se desvanecen en el fluir de los
átomos,
del humo,
de las manos y los espejos,
los ojos,
de los orgasmos y los espejos.
La sangre que hoy guardo en mis manos
puedo transformarla en un triste
llanto,
te entrego las agonías de una
corta vida,
te entrego un poco de amargura
hasta que el dolor te asfixie,
hasta que ya no puedas más
y abandones ese frágil cuerpo.
No es cierto que tus manos me protegen,
tampoco las palabras que entre suspiros
se te escapan,
como almas moribundas de viajes
subterráneos,
como ecos tenebrantes en los sueños,
sólo son los espejos,
las manos,
los orgasmos y los espejos.
De todas formas no te culpo por
intentarlo,
¿ acaso hay alguien que no haya
creído en fantasmas
y en los horrores de las habitaciones
oscuras?,
he mirado la vida de todas las formas
posibles,
he sonreído cuando no es
necesario,
he llorado cuando el abismo se acerca
imponente,
drástico,
tan lejano e irreal,
he abierto mis brazos y dejado que el
viento
se lleve todas las lágrimas.
He caminado bajo la lluvia
para que así jamás
descubran mi llanto.